Una primaveral mañana acogió un nuevo encuentro futbolístico en el Chindamo. Numerosas ausencias casi empañaron la festividad, pero los ocho contendientes desplegaron buena predisposición y brindaron un espectáculo digno de observarse con una mueca de felicidad. Corría todo dentro de los cauces normales, en un campo que simulaba un lienzo de billar, hasta que César Couselo protagonizó una jugada que cambiaría los ánimos de los players.
De manera casi azarosa, CC recibió sobre la derecha del ataque, con el arquero Bustamante regalando un hueco impensado, una oportunidad de conversión imposible de desperdiciar. Pero el atacante, quizás influenciado por la prédica del Túnel Fernández ("hacemos goles lindos o no hacemos nada") se animó a una de más. Giró su torso hacia la izquierda, con el golero jugado a subsanar su error y totalmente entregado a la inercia de su repentización. Bustamante pasó de largo y a CC le quedó para la tonta, la zurda, mientras El Uno regresaba sobre sus pasos girando el cuerpo de frente a su propia meta. Demoró la definición, instante fatal en que el pequeño arquero cubría con su completa humanidad la probable trayectoria al gol. Pero, una vez más, CC enganchó, ahora de izquierda a derecha. Bustamante, atontado por la vertiginosidad del movimiento, sólo atinó a despanzurrarse y obligó al delantero a estirar un poco más la trayectoria del esférico, en dirección al primer palo, cercenando sus propias posibilidades. Fue un milisegundo donde el destino decidió que la número cinco se encontrara súbitamente con las dos fuerzas de empuje opuestas, una pierna intentando que el cuero viaje en dirección a la línea de meta, otra pierna procurando un despeje drástico y definitivo. La gravedad y los puntapiés al unísono decidieron que la pelota se elevara endiablada para caer, girando sobre algún alocado eje intrínseco, casi en la misma mata de césped desde la que había sido impulsada. En ese instante CC, entonces de espaldas al arco que pretendía vulnerar, intentó un recurso extremo, se jugó una patriada: tiró un taco. Elevó con escasa elegancia su pierna derecha, como mamífero listo a soltar orines, y la dejó caer tiesa para impactar el balón con la parte posterior de su pie. Bustamante jamás vio cuando el esférico daba en el parante casi con desgano, para luego alejarse poco más de un metro hacia el este, a 30 grados del arco. El golero, casi entregado a su suerte, apenas si se desplazó algunos centímetros con torpeza y le permitió un último movimiento a CC, que pudo trazar un recorrido en parábola para chutar con su pierna hábil directamente al gol. Pero no lo hizo, sino que eligió el camino más largo para acomodarse de manera curiosa y volver a intentar un golpe de taco. Esta vez fue con la pierna izquierda, con tan mal tino que nuevamente la redonda dio en el palo para perderse por la línea de fondo.
La Araña Legnini se había zambullido una y otra vez con destreza y oportunismo. Julián había dejado el alma y el cuerpo en cada pelota dividida. Loto (el otro, el que se parece a Eric Estrada, con su hermano fuera por una lesión) había distribuido el esférico con certeza. Alvarenga había lanzado furiosas carreras endemoniadas. Zamba había convertido en reiteradas oportunidades con simpleza y eficiencia. El Túnel Fernández se había movido por el campo con inteligencia. Bustamante había exhibido capacidad y profundidad. Pero, desde aquel fatídico momento, los humores se emperraron, los ánimos se enervaron y la obstinación inconducente de Cecé llevaron al cotejo a un callejón sin salida, a un final oprobioso, indigno de una partida que apuntaba a ser recordada como un canto a la caballerosidad y el fútbol simple y criterioso.
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