miércoles, 21 de septiembre de 2011

Se develó la mentira

Con qué facilidad se cae desde la cima de los exitosos hasta la tierra de los denostados. Marcelo Bustamante pasó de la consagración al oprobio en apenas un partido. Elegido como figura en la jornada de regreso al Estadio Doménico Chindamo por su soberbia actuación bajo los tres palos, el pequeño Uno dejó en claro que sólo fue un amor de primavera, una estrella fugaz, un ídolo con pies de barro. Primero denunció que los arcos de la institución no poseen la altura reglamentaria, luego mostró más flaquezas que aciertos, más tarde se animó a una aventura individual que fracasó estrepitosamente y finalmente fue abucheado cuando su mezquina actitud terminó en desastre.



Pero, mientras unos caen al fango de los olvidados, otros se elevan al Olimpo de los celebrados. Daniel Leñini poco prometía en la previa pero su figura se destacó entre la medianía general.

El desgarbado player demostró su valía en todos los sectores. Supo aguantarla con oficio cuando las papas quemaban, buscó el arco contrario con tino y prestancia, exhibió sacrificio en situaciones límite y fue un león en el siempre ingrato puesto de arquero. Mucho, muchísimo más de los que aventuraban los más sagaces periodistas deportivos. Dejó el alma en la cancha y el público lo recompensó con elogios y vítores.

Chachi Verona, otrora desencajado y voraz delantero que no medía consecuencias, parecía haberse redimido ante la sociedad y había alcanzado la paz espiritual de un monje tibetano. Pero esta vez su vástago Valentino (a la postre, autor del gol de la fecha con una atlética conversión de taco) lo acompañó en su equipo y rebrotó la peor faceta como padre, deportista y ser humano. Deplorable imagen dejó Verona en el verde césped del Chindamo.


Las experiencias padre-hijo no parecen ser aliadas del buen fútbol. Lo demostraron en esta fecha los Verona y también los Fernández.

El túnel Fernández en el Chindamo.
Enrique Fernández llegaba con un pasado glorioso, un pergamino lleno de laureles que se marchitaron en apenas una mañana. Su veteranía le concedía el beneficio de la duda, pero el pequeño Andrés fue la voz de la conciencia colectiva. A cada fallida intervención del malogrado futbolista le correspondió un reproche de voz finita pero atronadora, sentencias acotadas pero viscerales, sin agravios pero con la dolorosa herida de la daga de la verdad irrefutable.

Como un palomo a punto de despegar, Fernández busca el arco.
Poco y nada cabe destacar del resto. Una jornada que, de no ser por el brillo de Leñini, poco dejó en la columna del haber.


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