Pero, mientras unos caen al fango de los olvidados, otros se elevan al Olimpo de los celebrados. Daniel Leñini poco prometía en la previa pero su figura se destacó entre la medianía general.
El desgarbado player demostró su valía en todos los sectores. Supo aguantarla con oficio cuando las papas quemaban, buscó el arco contrario con tino y prestancia, exhibió sacrificio en situaciones límite y fue un león en el siempre ingrato puesto de arquero. Mucho, muchísimo más de los que aventuraban los más sagaces periodistas deportivos. Dejó el alma en la cancha y el público lo recompensó con elogios y vítores.
Chachi Verona, otrora desencajado y voraz delantero que no medía consecuencias, parecía haberse redimido ante la sociedad y había alcanzado la paz espiritual de un monje tibetano. Pero esta vez su vástago Valentino (a la postre, autor del gol de la fecha con una atlética conversión de taco) lo acompañó en su equipo y rebrotó la peor faceta como padre, deportista y ser humano. Deplorable imagen dejó Verona en el verde césped del Chindamo.
Las experiencias padre-hijo no parecen ser aliadas del buen fútbol. Lo demostraron en esta fecha los Verona y también los Fernández.
El túnel Fernández en el Chindamo. |
Como un palomo a punto de despegar, Fernández busca el arco. |
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